16 de noviembre de 2014

Las 7 maravillas que recuerdas si estudiaste en un colegio de monjas.

Sin duda, este título me podría inspirar una entrada tan larga como para abarcar hasta dieciséis años de mi vida (esto es casi un 80% de la misma). 

Porque resulta que la historia en mi colegio de siempre empezó desde muy pequeñita, con tan sólo dos años (para los incrédulos, entré antes porque no me meaba me comportaba y repetí el primer año para igualarme en edad al resto de compis) y además, luego hice bachillerato en otro colegio religioso también. Y eso que soy atea, porque si no ya habría fundado mi propia congregación.

Yo antes de ir por primera vez al cole.
Cualquiera diría que iba para monja. Pero no.
El caso es que muchos de nosotros, creyentes o no, hemos acabado en un colegio religioso porque nuestros padres pensaron que este tipo de colegio concertado sería mejor que uno público. Y seguro que todos vosotros tenéis unas cuantas experiencias en común, hayáis estudiado con monjas, con curas o con algún otro tipo de dementores.


He de reconocer que mi colegio se encuentra entre los más estrictos que conozco, tanto con las normas comunes como también con las más absurdas. Por eso os voy a dar una lista de cosas (siete, como los pecados capitales) que seguramente os sonarán u os recordarán a vuestra infancia. 





Religiosa: no se pueden llevar mochilas con ruedas, niño.
Súbdito: ¿por qué?
Religiosa: porque rayan el suelo. Y porque quiero jugar a un juego. Imagina que la clase es el Calvario y que tu mochila cargada de libros simula la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Ahora debes arrastrarla por las putas escaleras del convento hasta clase para expresar tu devoción eterna hacia el Señor.



Religiosa: no puedes llevar pendientes llamativos, ni pulseras de colores, ni anillos vistosos, ni chaquetas de marca (de hecho, dame esa que llevas puesta, queda requisada hasta junio), ni coleteros provocativos... ¿Y esa sonrisa? No me gusta, quítatela también. Requisada hasta junio de 2018. Y reza diez Avemarías, por favor.


Las faldas siempre eran demasiado cortas. Aunque reconozco que en esto, las monjas tenían razón. Porque yo recuerdo que todas nos cortábamos las faldas para no parecer tan monjas frikis. ¿Os acordáis? O si tus padres eran muy plastas con el tema (como mi madre lo era), cogías y te la remangabas cuatro dos vueltas. La otra opción consistía en llevarla al costurero sin dar parte y que la falda se viese ampliamente reducida de una semana a otra (con ello no quiero decir que esto fuera lo que yo hice, pero fue exactamente lo que pasó.

Mi falda antes de verse accidentalmente reducida.

El patio se convierte en un solárium durante el recreo del mediodía. En mi colegio se han llegado a ver toallas de playa y cremas de protección solar. De hecho, mis amigas y yo nos pasábamos los recreos de primavera así.

La oración de la mañana. Sí, exacto. ¿Quién no recuerda con cariño este momento del día en el que todos los compañeros se reunían para escuchar en clase la oración de cada día? En mi colegio, además, existía la variante de la reprimenda del día. Es decir, que si los de un curso habían tirado una bomba fétida, todo el colegio tendría que escuchar lo demencial y lo grave que es el asunto antes de comenzar el día. Y así también nos recordaban que no estaba permitido que las parejitas del colegio se dieran el lote en el patio, o que el pan del comedor no se tira, o que en el baño no se fuma, o que el pescado no debe esconderse en los leotardos para sacarlo del comedor de contrabando. 



Las salidas culturales que, en ningún caso, serían entendidas como excursiones. Esas actividades que nos permitían pasar por un día del uniforme reglamentario y lucir nuestros mejores outfits que, os recuerdo, se quedaban bastante lejos del buen gusto (o por lo menos en mi caso). Eso sí, olvídate de llevar deportivas, faldas cortas, escote, móvil, aparatos tecnológicos o cualquier otro tipo de instrumento potencialmente divertido.

El que no coma en veinte minutos, limpia todas las mesas del comedor. Y allí estabas tú pasando, con no poco asco/desprecio, ese mugriento cepillo por todas y cada una de las verdes y grandes mesas del comedor. Qué delicia, qué regalo para los sentidos y qué pedazo de incentivo para engullir como un endemoniado.

En fin, que cada colegio imagino tendrá sus peculiaridades. Pero el mío daba para largo, ya te digo.

Sin embargo, no se nos ve tan infelices en esta foto, ¿verdad? Si los cubos de basura de detrás ni el baño de los chicos acaba por quitarnos la sonrisa, supongo que algo estarán haciendo bien.

Espero no ser víctima de vuestras quejas y lamentos cuando veáis esta foto, que salís todas estupendas.



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